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La escena más habitual a cualquier hora del día puede ser también la más exquisita a veces. Las Ventas es uno de los principales reclamos turísticos para los aficionados taurinos y no tantos, estoy seguro. El martes 26 de septiembre, en uno de los paseos que se da bajo el sol agradable de la última semana de septiembre, me sorprendió una escena algo inusual. Aquí más abajo les explico.
Entre la gente que estaba sacándose las típicas fotografías con la Puerta Grande de Las Ventas, el sitio al que todo torero quiere llegar y salir, se puso a una distancia perfecta para apreciar la inmensidad de la joya arquitectónica que tenía delante. Se puso los cascos inalámbricos para escuchar su música favorita, aquella de la concentración seguro. Levanto la mirada, seguro con los ojos cerrados, soñando esa faena perfecta. Bajo esa gorra se refugiaba Isaac Fonseca en su soledad. Rodeada de gente que posiblemente no sepa quien era. Así me dio la sensación.
Pues señores, ahí iba un torero (y un soñador) que el próximo día 12 de octubre volverá a ese templo para cerrar la temporada. Frente a frente, seguro que soñaba y saboreaba entre el ruido del tráfico qué se siente al salir a hombros y ver, lo que ahí era el cemento de la acera, ahora se convirtió en un mar de cabezas, teléfonos, flashes y ruido de gente. Fue un instante, seguro que en su cabeza buscaba cuajar el toro que necesita para saborear ese triunfo en la plaza de toros más importante del mundo.
Y con el paso de los días cada día le doy más importancia a ese momento de silencio. Incluso nosotros, los más comunes de los mortales que pasamos por delante de la Puerta Grande, tenemos ese momento en nuestra cabeza que, dentro del silencio, se agita recordando las salidas a hombros de los toreros.